El reputado cientista político español Juan Linz sostenía luego de sus largos estudios sobre la democracia, que ella se constituía, al final del día, en lo que él llamaba «the only game in town», el único juego en la ciudad. Sin embargo, tal afirmación que consagra a la democracia como el único lugar para debatir, dialogar y expresar las preferencias ciudadanas está en tela de juicio en todos lados.
Hace pocos días visitó Chile el candidato argentino Javier Milei y francamente sus declaraciones -en traje y corbata o en jeans y chaqueta negra- desnudan el desparpajo y la gratuidad total con que gozan liderazgos de ese tipo para agredir e insultar a cualquier persona sobre la base de un silabario político muy pobre. A tal punto que el propio canciller chileno declaró con su mesura acostumbrada que el dirigente debía respetar al presidente y a las instituciones del país.
En Chile, por cierto, se impuso de manera abrumadora en las urnas para elegir a los miembros del Consejo Constitucional el Partido Republicano que encabeza José Antonio Kast, que fue, desde luego, el anfitrión de la visita relámpago de Milei a Chile. A lo menos en el caso de Chile ahora y como se ha verificado en Europa, crecen las tendencias populistas de derecha. Es increíble, pero ocurre con Trump en Estados Unidos que establece una retórica basada en la agresión, los embustes, y la arremetida en contra de todas las instituciones. Según Milei, en Chile también tenemos a unos llamados por él «empobrecedores», así sin más.
Es que todo parece llevar a reflexionar que las rabias y energías de la población en muchos lugares del mundo están llevando de modo inevitable a la violencia y al hastío más desenfrenado. Sin caer en un arquetipo -como si fuera igual a lo ocurrido en Chile en octubre 19- somos testigos en estos días de verdaderas asonadas de protesta en un arco de ciudades francesas; las ya conocidas «banlieue» que habitan los inmigrantes y franceses hijos de ellos. A la par que silenciosamente tanto en los países nórdicos como en la propia España crecen electoralmente opciones claramente de derecha a ultranza que interrogan aspectos fundamentales de la democracia liberal. ¿El régimen democrático ya no entrega las respuestas adecuadas a las experiencias vitales de los ciudadanos en la actualidad?, ¿o las elites políticas establecidas no quieren asumir un recetario que solo canalice rabias y descontentos? Y a la vez parece convivir la marginalidad social extendida en algunos casos -Francia- e igualmente enormes frustraciones por una cierta modernidad que les llega a pocos. O cuya promesa choca con una crisis total de las identidades individuales y colectivas. Se agrega, desde luego, en muchos lugares un grave deterioro de las instituciones democráticas y desprestigio tanto de los partidos tradicionales como de sus elites.
Así como nunca antes «el único juego en la ciudad» enfrenta la gran amenaza de que algunos se cansaron, otros solo canalizan sus rabias por estar al margen y se construyen candidatos que pretenden gobernar clausurando el juego e imponiendo la demagogia y el autoritarismo. Pésimo pronóstico para los tiempos que corren.
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