Chile: el fin de ciclo de la centro-izquierda

Las elecciones presidenciales consagraron una de las derrotas más estrepitosas e históricas que se le ha propinado a un gobierno y partidos de centro- izquierda que se tiene memoria, dejando fuera en este análisis al partido comunista que , como se sabe ,fue parte de la fenecida Nueva mayoría únicamente en la anterior administración.

¿Cómo puede ser que, por segunda vez consecutiva, un gobierno de centro izquierda, sea derrotado en la urna? ¿Y por qué razones en la segunda oportunidad, tal fracaso haya sido por un muy amplio margen?. Es posible quizás argumentar que se trata de una nueva `normalidad’ democrática en que los partidos y probables coaliciones—si es que se forjan—deberán turnarse en el poder y así ya no habría supremacía moral o épica ex ante de ninguna fuerza política o coalición para conquistar abrumadoras mayorías. Estaríamos frente a una clásica alternancia en el poder para moros y cristianos, que pudieran imponerse en la urna de acuerdo a asuntos programáticos o demandas más puntuales de los electores. Podría ser. Sin embargo, lo anterior no significa que no se deba dar justa cuenta y examinar sin tapujos las razones profundas del fracaso que ha vivido la centro- izquierda.

No cabe duda que la travesía del desierto será larga y fatigosa. Como ya ocurre, muchas personas desde los más diversos lugares, funciones, experiencias, profesiones tendrán una voz para establecer sus propios diagnósticos y sugerir renovadas rutas. Como tantos otros y con legítimo derecho pueden optar por una ‘salida’ digna y preferir el silencio o la independencia política para reflexionar.

Parece una mala partida pensar al estilo ‘fuga hacia adelante’ una salida administrativa o burocrática del actual escenario. Volver a organizar ‘mejor’ los partidos—disminuidos como están- acerar mejor a los militantes, volver al trabajo de base, formalizar las corrientes al interior de los partidos. Es decir, buscar una suerte de ‘leninización’ de las orgánicas partidarias, fuera de tiempo y lugar, desborda con mucho lo que está a la orden día. O algunas ‘explicaciones’ claramente surrealistas que sostienen que hubo una derrota electoral pero no política. Cuando lo que se tiene enfrente es una debacle política.

A nuestro entender la clave de inicio para procurar concebir lo que ha ocurrido es que la izquierda gobiernista no logró comprender los profundos cambios que ha tenido la sociedad chilena. Se configura así una cierta paradoja puesto que el desarrollo, la modernización capitalista y la configuración de un singular mapa sociológico chileno, se debe en buena y gran medida a la larga gestión de los gobiernos de la otrora concertación. Esta antigua coalición le cambio el rostro a Chile. Pero nunca tuvo la claridad suficiente-he aquí la paradoja- de tomar el toro por las astas y reconocer a ese chile cambiado y convulsionado. Y ello no se sostiene, desde luego, para recobrar un ‘eterno’ ayer como si aquella fuera una panacea. También hubo en algún momento en Chile un soterrado y luego más abierto debate entre las elites de la antigua concertación, entre los llamados ‘autocomplacientes’ y ‘auto flagelantes’ que resuena hasta hoy.

Estos últimos pusieron en severa tela de juicio el modelo de desarrollo que venía cursando Chile. Ello ocurrió al calor de la crisis económica de 1998-99 en las postrimerías del Gobierno de Eduardo Frei que estuvo coronado por altas tasas de desempleo, un mal manejo económico y Lavín pareció ser ‘la novedad del año’. Tanto que Ricardo Lagos se logra imponer por un escaso margen en una angustiosa segunda vuelta electoral.

Mirado fríamente en retrospectiva, Lagos hizo un gran gobierno-el último de sexenio-pero con una coalición política agotada, sin ímpetus de cambios y azotada por cuellos de botella complejos como el bullado caso Mop-Gate y el fracaso resonante del sistema de transportes conocido como Transantiago y la amargura del CAE. Ya en esos años, era evidente la incapacidad de la concertación para renovar a sus cuadros. De otro lado, el sistema binominal hacía estragos en elecciones rituales que alejaban a la ciudadanía de las urnas. Los partidos gradualmente se convierten en agencias de empleo y se burocratizan, dejando gradualmente las universidades como campo de lucha política efectiva. Y los presidentes-cual más cual menos- más dedicados a de dejar una huella en la historia no se ocuparon de los partidos que perdían velozmente densidad y arraigo en la sociedad. Así fue en los hechos históricos como la hoy fenecida concertación cumplió, si se quiere a finales del gobierno de Ricardo Lagos, un ciclo; había llegado al final del camino.

El primer triunfo de Michelle Bachelet ( 2006-2010)constituyó efectivamente un verdadero ‘bonus track’ en unos años de amplio desgaste de los partidos y de los cuadros de gobierno. La gestualidad inicial de ese gobierno era interesante puesto que estuvo presidida por la retórica de un gobierno ciudadano, amplio y cercano y una apelación a una mayor integración de las mujeres en altos cargos de responsabilidad pública. Sin embargo, a poco andar y sin que existiera una elite consistente de reemplazo, se produce el retorno de la antigua elite en los cargos claves de La Moneda. Son los años de la `revolución pinguina’ cuando sorpresivamente los escolares a lo largo del país se toman los colegios para exigir una ‘educación de calidad’ que motiva a ese gobierno a llegar a un pacto con la oposición para mejorar el sistema educacional en algunos aspectos ( barreras de entrada a los sostenedores, modificación a la LOCE, creación de salas cuna y jardines infantiles, creación de las subvenciones preferenciales para los colegios públicos infradotados, etc).

Pero talvez lo fundamental que quedó en la retina de los ciudadanos fue el inicio de lo que se llamó en su momento un ‘sistema de protección social’ de la cuna a la vejez. En efecto, el programa ‘Chile crece contigo’ tuvo un impacto social insospechado puesto que significó que el sistema de salud se hacía cargo de acompañar los embarazos de mujeres vulnerables y los primeros meses de vida de los lactantes con un acompañamiento médico, social e incluso psicológico. Al mismo tiempo se ponía en práctica la PBS o pensión básica solidaria que le cambió radicalmente la vida a muchas mujeres dueñas de casa que por primera vez en sus vidas percibían una modesta pensión por el trabajo realizado en toda una existencia. La crisis económica sub-prime fue encarada hábilmente en ese tiempo y no tuvo mayor impacto en el empleo o en el crecimiento. No llamó a sorpresa que la entonces presidenta Bachelet gozara de una enorme popularidad al dejar el gobierno, nada menos que con un 73% de aprobación y un 13% la desaprobaba.

Sin embargo, el mar de fondo político seguía ahí presente. Los partidos políticos tuvieron serios desencuentros con la gestión de Bachelet y Camilo Escalona desde la presidencia del PS actuó como un verdadero escudo para apoyar esa gestión gubernativa contra viento y marea. Era un periodo borrascoso en donde continuaban las querellas y debates entre autocomplacientes y autoflagelantes con una elite francamente agotada, carente de ideas y proyecciones. Se producen un sinnúmero de defecciones de los partidos—Alejandro Navarro, Jorge Arrate,Carlos Ominami, entre muchos—y entra a escena como candidato presidencial y fulgurante figura de la época el exdiputado socialista Marco Enríquez Ominami que centra su discurso francamente en demoler a la concertación y plantearse como una opción renovada y distinta. No cabe duda que según lo señalado había un fértil caldo de cultivo que supo cosechar hábilmente la candidatura de MEO que centró arteramente su campaña en la figura de Escalona como el arquetipo del político de la antigua guardia que era preciso desterrar. Fue así que logro obtener nada menos que un 20.1% de los votos.

Mientras Jorge Arrate presentó una candidatura de izquierda presidencial más simbólica apoyada en ese entonces por el Partido Comunista. A su turno y cuando varios potenciales candidatos declinaron, Eduardo Frei estuvo dispuesto a ser candidato en una compleja y a ratos esforzada campaña que logra un 29% en primera vuelta. De esta manera y por un estrecho margen(Frei 48.39%-Piñera 51.61%) triunfa por vez primera y luego de más de 50 años, el candidato de la derecha Sebastián Piñera.

Lo descrito resulta imprescindible para acercarnos al presente. Se puede comenzar señalando que cuatro años no fueron suficientes-el periodo más bien deslavado de Piñera—para que los partidos de la antigua izquierda concertacionista y sus activos se reformaran en todo sentido. Se puede constatar empíricamente que no hubo ningún Congreso o examen a fondo de cualquier naturaleza para repensar a Chile y más bien lo que se instala tempranamente es la certidumbre creciente en los partidos que Michelle Bachelet era la mejor posicionada para intentar nuevamente una candidatura presidencial. Desde luego había en la retina y en la memoria de los chilenos el recuerdo de los notables logros de su anterior administración y ello la hizo subir rápidamente en las encuestas, cuando ellas aún no perdían su poder predictivo. De esta manera y ‘haciendo la pega’ de siempre, los partidos se dejan llevar por la pereza intelectual de sencillamente esperar casi mágicamente la llegada de la candidata de facto. Todo el edificio parado precariamente, algo ruinoso y desvencijado solamente esperaba desplegar las velas para otra campaña presidencial.

Fue así que las elites apostaron con todo a la candidatura de Michelle Bachelet. Pero con algunos elementos adicionales dignos de mencionar.

La candidatura de Bachelet se enmarca en ese variopinto y singular movimiento estudiantil que se verifica con fuerza en Chile el año 2011. Las sostenidas movilizaciones estudiantiles amplias y masivas que pedían educación gratuita y de calidad tuvieron una amplia resonancia social y política. En su peak concitaron un amplísimo respaldo popular y sus efectos no solo se recluyeron a demandas educacionales. La estéticas juveniles y movimientos también reclamaban en contra del modelo ‘neoliberal’ y por formas de democracia directas, simétricas y vinculantes. Al parecer en algún momento se sostenía que era preciso ´refundar’ desde los cimientos ‘el modelo heredado de la dictadura’. Este fue en definitiva el ´clima social’ efervescente que presidio la campaña y la asunción de mando de la presidenta Bachelet.

Sin embargo, la Nueva Mayoría no fue capaz de recomponer seriamente a una nueva elite política que le diera frescura al gobierno y sobretodo una renovada orientación política. El tiempo ya demostraba de manera implacable que era una tarea imposible ser gobierno y a la vez recomponer los lazos más básicos de la centro-izquierda tras un norte de acuerdos básicos. La imagen de la retroexcavadora o de fundar al país desde los cimientos fue una mala figura que mostró más bien las enormes carencias políticas existentes que propósitos que aunaran fuerzas y sentido de programa. En verdad el clima de las protestas callejeras fue un espejo-deformado- que parecía demostrar que eran posibles cambios de gran envergadura. Sin embargo, todo parecía indicar que no había a lo largo y ancho de la sociedad chilena una ‘revolución de expectativas’, sin olvidar que existían un cúmulo de temas pendientes en igualdad y redistribución.

Pero la gestión política fue débil en tanto los partidos y sus parlamentarios ya no tenían un registro común de propuestas y sentido de coalición. Además, se viene como un verdadero ‘tsunami’ la escalada de escándalos sobre la promiscua relación entre la política y los negocios y la amarga constatación de que buena parte de la clase política-con muy importantes excepciones- estaba más preocupada de extraer rentas con sus cargos que dedicarse a representar a los ciudadanos. A empujones se lograron capítulos importantes del programa como masificar aún más la educación gratuita, discutir los cambios constitucionales y una reforma tributaria que allegara más recursos para ampliar los beneficios sociales. También y como réplica al desfondamiento ético de la elite política, se formó la Comisión Engel que formuló un conjunto de recomendaciones para transparentar y regular la relación entre política y dinero. Ello se plasmó en cuerpos legales que avanzaron un buen trecho en establecer normas y límites acordes con una democracia como debe ser.

Para nadie fue un misterio que la centro-izquierda gobiernista perdiera las elecciones por una magnitud considerable. Tampoco que el Frente Amplio obtuviera una gran votación que expresó, a pesar de todo, un ansia de cambio social y que también se tornara en un claro y nítido voto de castigo a la centro-izquierda tradicional. Sin duda el tiempo dirá cómo esa nueva fuerza de izquierda se mantiene unida y si es capaz de construir una formula política estable para convertirse en alternativa de gobierno. Es muy temprano para hacer juicios categóricos en cualquier sentido. En todo caso la bancada parlamentaria frenteamplista es heterogénea en sus pulsiones políticas y debiera establecer colectivamente un núcleo político para tomar decisiones claras y eficaces.

Con todo, el arsenal de la centro- izquierda que se ha visto en estos meses no parece, como es esperable, del todo claro. Fundar una alternativa política únicamente en un discurso ‘en contra’ del llamado neoliberalismo deja más interrogantes de qué es lo que indica ese slogan ya algo manido. Está claro que la apuesta de la izquierda en democracia es sostener un discurso igualitario, plural, libertario, plebeyo. Si por neoliberalismo se entiende el predominio de la pura racionalidad individual y el mercado. Y en el caso particular de Chile, la fuerte privatización de una amplia gama de servicios que ‘debería’ prestar el Estado en una lógica redistributiva y no para engrosar las rentas de los privados como en efecto sucede. Ello, desde luego , denota algunos de los aspectos ‘salvajes’ del capitalismo nacional pero lo indicado se queda en un diagnostico global, un develamiento de aspectos que se consideran perniciosos, pero que están lejos de comprender al conjunto de la sociedad chilena y algunos de los logros destacables en el ámbito social. La pregunta que sigue sería: ¿cómo se construye una mayoría social y política que asuma un diagnóstico critico, pero más complejo y que se transforme en un programa político realmente querido por la ciudadanía?

Al pasar revista y en una postura interesada, la única alternativa posible es elaborar las bases de lo que seria un programa socialdemócrata de reformas sociales y políticas que se ocupe de plantear la factibilidad económica y técnica de una propuesta de esta naturaleza. Pero el nudo que siempre ha estado presente en todas las experiencias socialdemócratas del mundo se sustenta en que tal opción supone aunar los intereses y expectativas de los sectores rezagados y vulnerables con las amplias y heterogéneas clases medias. ¿ se encuentra el horno para bollos en ese sentido?

Si algún aspecto caracteriza al desarrollo capitalista chileno en estos años es el sostenido crecimiento económico a pesar de los baches que se han presentado en ciertas coyunturas. Este despegue ha traído consigo ,como es esperable, una irradiación de la lógica del mercado en todos los planos de la sociedad. Una de las dimensiones más notorias de estos cambios ha sido el consistente surgimiento de las llamadas ‘clases medias’ que se diferencian de la antigua clase media histórica, crecida al amparo del estado. En efecto, en las últimas dos décadas se han disparado las matriculas universitarias; ya son una amplia mayoría los estudiantes que son la primera generación de sus familias en ingresar a la universidad y a centros de formación superior. La formación universitaria y los certificados han contribuido poderosamente a cambiar seriamente el rostro de la clase media chilena; si por ella se entiende contar con este componente educativo. Al respecto existe una creciente investigación en América Latina que precisamente intenta comprender desde diversos ángulos los componentes culturales y políticos de los sectores medios en la región; en unos países más claros que en otros.

Así estas nuevas clases medias han modificado la estratificación social chilena a la vez que muestran pautas socio-culturales y aspiraciones muy singulares. En primer lugar, las orientaciones políticas de esto sectores ya no se avienen con las tradicionales identificaciones políticas y más bien indican la existencia de una ‘liquidez’ del voto de acuerdo a los carismas de los candidatos y a las ofertas específicas en ciertas áreas. El logro y el individualismo es otro vector de identificación cuando se percibe que, aunque limitada, se ha producido una interesante movilidad social que le permite a los sectores medios profesionales ubicarse en empleos variados tanto en el sector público como privado. Y como es de esperarse en una economía que ha crecido, los estilos de vida están muy permeados por el consumo y el acceso a bienes que hace unos años eran impensables. Es así como ahora la plaza pública la constituye el mall tanto como lugar de encuentro como sitio de consumo variado. De esta manera se ha producido un cambio notable desde la vida de barrio y sus casas típicas de las décadas pasadas a la vida en condominios y edificios que alcanza a una amplia gama de comunas de la ciudad de Santiago y regiones. No hay duda que esta clase media guarda diferencias con aquella de los países desarrollados. La chilena tiene quizás menos solidez, es más nueva y temerosa de perder el empleo y de no contar con los apoyos necesarios en casos de catástrofe individual o familiar. Con todo, se trata de sectores sociales volátiles en lo político y desconfiados de los grandes relatos clásicos de la sociedad y la política. El status, el logro, los bienes y la calidad de vida parecen ser los rasgos típicos de estos estratos.

La interrogante que se abre, entonces, es cómo un proyecto político reformista se puede hacer cargo de aquellos que han quedado atrás y ‘a la vez’ de los sectores medios descritos que han surgido al calor de la modernización de Chile, con todas las limitaciones conocidas. Esta es una de las dimensiones fundamentales que cualquier proyecto político debe abordar.

Como si lo anterior no fuera una tarea de alta exigencia, se le debe añadir la seria descomposición en que está sumida la política partidaria y las instituciones en general. Renovados elencos y dirigencias políticas e institucionales tienen la pesada misión de volver a conectar la sociedad con un sano y diferente menú de opciones políticas para canalizar a un conjunto social ahora más demandante, descreído, distante, hostil y mucho más liquido en sus visiones a la hora de reconstruir una comunidad política tolerante y democrática.